A veces tengo tanto que decir que me falta papel... Se me ocurren posts cuando estoy de risas con las amigas, cuando paseo por la playa o de camino al trabajo...pero si en ese momento no me hago una chuleta, cuando por la noche me siento delante del ordenador, ya no me acuerdo de nada. Se me queda el cerebro completamente vacío de ideas.
Hoy es uno de esos días. Agotada, agobiada por el calor y después de un lunes muuuuuy largo, por fin me siento a escribir con ganas de compartirlo con vosotr@s, literaut@s. Pero como tengo mi libro tremendamente solo y abandonado voy a dedicarle un ratejo, que él también me necesita. Para compensaros, quiero compartir con vosotras un fragmento de un relato con el que participé en un concurso literario el año pasado. Espero que os guste, y, si es así, otro día publicaré la continuación. buenas noches literaut@as...y disfrutad de la lectura...
LÍNEA 1
Sandra está sentada sobre la cama, inmóvil, los brazos caen sin vida a lo largo de su cuerpo, y la opresión que siente en el pecho cada vez es mayor. El corazón se le dispara y nota como le falta el aire. Consciente de las sensaciones que la invaden, empieza a pensar que va a entrar en estado de shock, aunque si está pensando en ello, supone que todavía tiene un mínimo control de la situación. No va a tener otro ataque de ansiedad. No lo va a tener porque todavía puede controlarlo. Sólo tiene que respirar honda y profundamente y su cuerpo irá volviendo a la normalidad, sus pulsaciones se ralentizarán y todo arreglado. Puede lograrlo y lo hace. Si todo se resolviera igual de rápido… Ahora está más calmada. Sólo tiene que pensar fríamente qué decisión tomar y actuar en consecuencia. Sandra tenía un plan marcado para su vida, un trabajo con posibilidades de promoción y mucha ambición, una maravillosa y activa vida social y todo el tiempo del mundo para lograr sus objetivos. Ochenta y seis mil cuatrocientos segundos al día de los que disponía a su antojo, sin rendir cuentas a nadie de como los administraba. Pero ahora alguien le ha dado a la tecla de pausa y se ha congelado la imagen. ¿Qué debe hacer? ¿Da carpetazo a todos sus planes? ¿Pospone su vida para más tarde? Porque esto lo cambia todo, lo paraliza todo. Se acabaron las salidas nocturnas, las fiestas, el no tener horarios establecidos y el ascender en el trabajo. La balanza se inclina ligeramente hacia el no, repleta de contras. Pero cuando lo piensa bien, los brazos de Sandra, antes inertes, cubren inconscientemente su vientre. Y ahí está. Es la primera vez que protegerá a su hijo. Esta vez lo protege de sus propios pensamientos, pero sabe con certeza, que será la primera de muchas. La balanza cambia de dirección casi sin quererlo. Sus sentimientos están llenos hasta rebosar de pros, y los contras… ya verá cómo se deshace de los contras. Se levanta con decisión, saliendo de su letargo, y tira la prueba de embarazo a la papelera, convencida de lo que tiene que hacer. Mañana llamará al trabajo para decir que está enferma, e irá al Hospital Virgen del Consuelo a hacerle una visita a su ginecóloga, para ver por primera vez a su hijo y escuchar los latidos de su corazón. Apaga la luz y se acuesta con el mismo miedo que hace un rato, pero más feliz. Cierra los ojos dispuesta a intentar dormir.
A lo lejos, amortiguada por los altos edificios, se escucha una sirena de policía. Acuden a la rutinaria llamada de uno de tantos vecinos preocupado por los gritos y golpes que resuenan en su escalera. La pareja de oficiales entra con desgana en el viejo edificio que ya se conocen demasiado bien. Han desgastado con sus botas los ajados escalones unas cuantas veces en los últimos meses, y saben que igual que suben hasta el tercero van a bajar con las esposas vacías y los bolsillos llenos de impotencia. Como siempre, comprobarán que los daños no son muchos ni muy graves. Añadirán a su lista un accidente casero más, y volverán a desandar el camino para seguir con el turno de noche. Y se irán con el convencimiento de que podían hacer más, y mucho remordimiento por no hacerlo. Hoy no parece una noche diferente de las otras, pero hay un ligero cambio, un matiz que no pasa inadvertido a los oficiales de policía. Por primera vez les ha mirado a los ojos. A sus ojos se asoma una súplica desesperada mezclada con toneladas de miedo. La mujer policía le desliza entre los dedos una tarjeta. Tiene el pálpito de que hoy la usará. Hoy está segura de que Liliana Rodríguez, mujer, 36 años, nacionalidad ecuatoriana y posiblemente con una fisura en una costilla, cogerá la tarjeta mientras el monstruo de su marido ronca a su lado, la leerá y la usará. Y mañana, cuando termine de limpiar en las oficinas de la Gran Vía Ramón y Cajal, cogerá el metro en Plaza España para volver a casa y quizás, sólo quizás, si reúne fuerzas, se desviará de su camino para acudir a la comisaría del distrito, escapando por fin del bucle de violencia, celos y control superlativo en el que se ha convertido su vida. Si mañana tiene la fuerza suficiente…, si no se arrepiente en el último minuto,…mañana la agente López sentirá que, por una vez, podrá por fin ayudarla.
Es noche cerrada y duerme la ciudad. Hay miles de ojos cerrados, tantos como ventanas apagadas. En el edificio de ladrillo rojo, en el tercero derecha, una luz parpadea como los ojos de su insomne dueña, y se enciende, no sin esfuerzo, como si supiera que no son horas. La dueña de la luz parpadeante decide ponerse a releer su libro favorito para tranquilizar los nervios causantes de sus desvelos. Se pierde entre las líneas como la protagonista de su querido libro lo hace por sinuosas calles, y piensa, sin poder contener sus esperanzas, que ahora sí, que puede que esta vez consiga ser ella la que viaje por esas ciudades sólo conocidas a través de los libros…, que puede que esta vez sí pueda empezar a vislumbrar sueños cumplidos. La llamada ayer por la mañana ha hecho que todo lo negro se empiece a teñir de color, que toda la suciedad empiece a limpiarse como cuando llueve se limpian las hojas de los árboles, poco a poco, al mismo ritmo que crece su esperanza. Si durante meses y meses su esperanza era que sonara el teléfono, ahora esa misma esperanza crece rápidamente. Ahora espera tener más. Espera una buena entrevista, un buen trabajo, un buen sueldo, vacaciones…espera que su suerte cambie…sólo con una llamada de teléfono ha cambiado ya mucho. Ha cambiado su sueño inquieto. Si antes sus desvelos estaban cargados de miedo, frustración e impotencia, ahora es la emoción la que provoca su insomnio. La emoción de saber que puede conseguirlo, que mañana bordará la entrevista porque sabe que, aunque no tenga mucha experiencia, sabrá desempeñar el trabajo con los ojos cerrados. La misma emoción que siente cuando piensa que podrá pagar la luz, el agua, la hipoteca… Lo voy a conseguir, lo voy a conseguir… se repite en la cabeza, como un mantra. Cierra el libro y para dormir, en vez de contar ovejas, se dedica a contar futuros sueños por cumplir. Por la mañana, sacará su mejor traje del armario, se convertirá en Sonia Fernández, abogada, y está segura de que cambiará, por fin, el rumbo de su caótica e insolvente vida. (...)
CONTINUARA...