Me hago vieja. Lo sé. Me veo ya en la mesa camilla, con el brasero y cosiendo botones con las gafas de cerca en la punta de la nariz...¡Ay que no quieroooooooo! Yo quiero acabar en el bar de turno, jugando al parchís con mis amigas, arrugaditas como pasas, con el poleo del tiempo al lado. Y digo poleo, porque ya no será recomendable tomar café con nuestra edad. ¿Que por qué me ha dado ahora por pensar en que pasan, y pesan, irremediablemente los años? Pues porque, leyendo un artículo sobre los bares, esos fabulosos lugares en los que pasamos nuestra juventud, me he dado cuenta que no recordaba la última vez que había visitado uno de estos entrañables sitios Y me ha entrado una morriña de bar... No recordaba la última vez que en compañía de alguna de mis amigas, había intentado meter el chorrito dentro de la taza del water. Porque sí, no podemos negarlo, una de las cosas más características de ir de bares, es airear el chumino y vaciar la vejiga a duo. Y al que no lo entienda, vamos a resolverle el acertijo.
A ver, tú estas muy agustito, dándole a la sin lengua e intercambiando risas con tu grupo de amigos, compañeros o lo que sea, y esa necesidad fisiológica que surge cuando ya llevas dos cervezas, te jode la conversación. Y no te queda otra que levantarte y abandonar ese lugar de culto para aventurarte hacia el servicio, que a veces la búsqueda se las trae. Esos pasillos que parecen sacados de Tesis, con fluorescentes que dan pavor. Esos giros, escaleras de caracol y bombillas colgando que a veces se encienden y otras no...por favor... que cuando llegas al baño de algunos bares ya no te meas, te cagas, pero de miedo.
Y después de salir del laberinto del fauno y llegar a la tierra prometida, te encuentras que, como si fueras Alicia en el país de los wc, tienes que adivinar por que puerta entrar. ¿Cual es el puto baño de mujeres? Es que quieren ser tan originales que tienes que hacer un curso acelerado de jeroglíficos.
Y cuando ya has resuelto el misterio y te decides por los melones, en lugar de por los limones, o por Caperucita en lugar del Señor Lobo, y abres la puerta, te encuentras con una cola, que ni la que se formó con el reparto de los panes y los peces, que me imagino que los apóstoles para organizar esa marabunta se las pasarían canutas. Así que allí estas, haciendo cola pacientemente, aburrida como una ostra, mientras tus amigos se lo pasan pipa fuera, repasando tu armario mentalmente a ver que modelito te falta, cagándote mil veces en tus tacones o haciendo mentalmente la lista de la compra o la de los reyes godos. Y cuando ya estás pensando en colarte en el baño del lobo feroz, que está siempre menos concurrido, entonces te toca y entras victoriosa en el retrete que no suele ser de cuento sino de película de terror.
Si llevas unas cuantas copas, igual meas más a gusto que un arbusto, pero si aún vas serena...aquello parece la cámara de los horrores. Y si no te lo crees, prueba a hacer equilibrios sobre unos tacones de 10 centímetros, bajarte unos vaqueros que te has metido con calzador y, suspendida en el aire, (porque sobre mi cadaver mi culo roza la taza del water) intenta apuntar dentro de la taza, sujetando el bolso para que no te caiga. ES-TRE-SAN-TE. Y todo esto, mientras te rodeas en el mejor de los casos, de una decoración poética de gran nivel cultural, del tipo En caso de incendio, salir cagando o Caga feliz, caga contento, pero ¡por Dios! caga dentro. POESÍA con mayúsculas. Pero ¡¿cómo no vamos a ir acompañadas al baño?! ¡Madre mía! esa tortura hay que soportarla en compañía y medio borrachuza a poder ser. Y más si encima cuando vuelves a la mesa...¡te has perdido la mitad de la conversación! ¡Qué horror! Te pasas cinco o diez minutos sin poder meter baza. Grave. Muy grave, ciertamente.
Así que, ese es el motivo por el qué las mujeres vamos al baño de dos en dos, como mínimo. Porque, al menos, con un poquito de cháchara, resulta menos insufrible entrar en algunos cubículos. Hasta te olvidas del olor inmundo. En compañía, hasta pierdes tiempo en retocarte el maquillaje rodeada de orines y trozos de papel de water que se te pegan a los zapatos, fíjate tú.
¡Ay! Aunque no lo parezca, literaut@s, pienso en los bares, y en sus baños, con ternura. Y me ha entrado tal añoranza, que voy a decirle a mi hijo a ver si me acompaña al baño, mientras me cuenta como se ha pasado con maestría la última pantalla del Super Mario Bros. A ver si se me pasa un poco la morriña por esos Benditos Bares.