"El calor asedia Valencia a mediodía. El alto sol irradia la ciudad y hace anhelar a todos los transeúntes la arena blanca y las olas que van y vienen mojadas y fresquitas. Tan cerca del mar y tan lejos de su alivio. El bochorno del viento de poniente se estrella contra la cara de Sandra cuando sale del portal de su ático y sale de casa dejando atrás sus dudas y su aire acondicionado. Va con tiempo pero comprueba la hora varias veces en su rolex durante el camino, para asegurarse de que no perderá el metro. La cita en la clínica es a las dos en punto, así que le queda una hora escasa para acabar de creerse que de verdad va a ser madre…y que está feliz de serlo.
Con los nervios atenazando su estómago, Liliana aguarda tras preguntar a su jefe y esos segundos, hasta que llega la respuesta afirmativa, se hacen eternos. Si su jefe supiera algo más de lenguaje corporal habría descubierto al momento que Liliana estaba mintiendo en su excusa de ir al médico. Pero ni sus manos retorciéndose, ni su mirada inquieta que vaga por todas partes sin posarse en los ojos de su interlocutor, impiden que el Sr. Bernat la deje salir una hora antes del trabajo, y más cuando ese día se ha esforzado para limpiar más deprisa que nunca, ignorando su magullado cuerpo. Necesita ganar tiempo, además de coraje, para que su marido no sospeche si llega más tarde de lo normal a casa. Enfila la Gran Vía en dirección a Plaza España para coger el metro. Ha mirado bien la dirección y debe bajarse en San Isidro y luego un escaso tramo a pie hasta la comisaría y hasta su nueva vida. Hoy es una mujer valiente pero está aterrorizada. Sólo hay una cosa que la hace apretar el paso hasta la estación a pesar del dolor sordo en las costillas, en vez de dar media vuelta: imaginar la cara de sorpresa de su marido cuando la policía llame a su puerta…esta vez para llevárselo.
Sonia Fernández, la abogada, lee un libro tranquilamente en el metro para distraerse en el trayecto hasta la parada de plaza España, donde debe hacer transbordo y coger la línea uno. La chaqueta del traje gris marengo descansa sobre su regazo y la blusa ligera sin mangas con un lazo al cuello que lleva la hace parecer sofisticada. Sonia Fernández, la mujer de 29 años, joven, sobradamente preparada y parada, está muerta de miedo y lleva diecisiete minutos viendo bailar las letras y mareada entre las líneas de la misma página del libro sin leer nada de nada. Destino del viaje: la única entrevista seria de trabajo en muchos meses, y espera que la última en mucho tiempo.
Katrina camina envuelta en seda rosa pálido. El sencillo vestido, solo adornado por el vuelo en las mangas y un fino cinturón ciñendo su cintura, le sienta como un guante. Está preciosa, se siente preciosa. Sus tacones resuenan sobre los suelos adoquinados de las calles del centro, y aunque con prisa por la emoción, va con cuidado, medio de puntillas, para no romperse el tacón de sus delicados zapatos. Son los zapatos más bonitos, y también los más caros, que ha tenido Katrina jamás. Pero la ocasión bien valía el capricho, y ahora no le queda otra que lidiar con la incompatibilidad de los tacones de aguja con los adoquines. Cuando alcanza la boca del metro de Plaza España puede descansar sus pies y pisar suelo firme, para caminar con paso seguro hacia su boda.
Concha sale de la floristería con un ramo de peonias blancas para su Vicente. La florista, se ha sorprendido cuando no se ha llevado las margaritas amarillas de siempre. A Vicente siempre le había gustado el amarillo y las margaritas se las puede permitir con su pensión. Pero hoy se ha sentido atraída por esas peonias blancas como las abejas a la miel. Le recuerdan a su ramo de novia, fresco y fulgurante. Hoy cambia de flores porque es un día especial. Porque hace cincuenta y dos años que decidieron unir sus vidas. No quiere rememorar el día que se apagó su luz, el día que se quedó sin él, el día que llegó el silencio. Hoy quiere recordarse, con su ramo de peonias blancas caminando hacia el altar, hacia Vicente, para celebrar su amor. Acelera el paso hacia la boca de metro, ignorando el dolor en la cadera que la hace cojear, para llegar cuanto antes al cementerio.
Laura camina con la mochila a cuestas y le pesa más el alma que los tres libros que lleva a la espalda. Está preocupada por si no aprueba las que le han quedado para septiembre; sus padres no se lo perdonarán, le va a tocar repetir curso y no puede perder el sostén de sus amigas. Pero hoy durante un momento se permite estar más preocupada por otras razones más nimias, pero q para ella son todo un mundo: que le va a comprar a Sergio para su cumpleaños. La ha invitado y, aunque ha sido una invitación en grupo, es su oportunidad de acercarse a él y llamar su atención de otra forma. Son compañeros desde el colegio, y siempre ha estado ahí, pero ya no recuerda en que momento cambió su forma de verlo. Lleva media vida enamorada de él. Sergio siempre es simpático y amable con todo el mundo. Le da igual si son populares o no, siempre se dirige a todos. Es el chico guapo, deportista, alegre…lo tiene todo. Hoy también ha hablado con Carla y parecía q hoy ella tenía especial interés en hablar con él. La imagina charlando desenfadadamente con él y rozando su brazo como por casualidad, y desea ser ella una vez más. Un suspiro escapa de los labios de Laura mientras, atravesando sus ensoñaciones, atraviesa también la Gran Vía a paso ligero para alcanzar la boca de metro.
Una mezcla de sudor y perfumes varios inunda el andén, flotando entre la gente q espera la llegada del tren. Seis mujeres aguardan con impaciencia. Ya se oye el traqueteo acercándose a la estación. Seis mujeres ven pasar lentamente los vagones frente a ellas, hasta que se detienen. Cuando las puertas del vagón se abren, una futura madre, una mujer valiente, una prometedora abogada, una radiante novia, una anciana con flores y una chiquilla enamorada, suben al tren.
Sandra se sienta en una de las pocas butacas libres. Hace mucho calor y siente el asomo de un ligero mareo: los primeros síntomas de su embarazo le recuerdan que está pasando de verdad, y cuando, a pesar de que se siente mal, siente esa emoción de primeriza, esa constatación de que algo está pasando en su cuerpo… no puede evitar cerrar los ojos y sonreír mientras se abanica con la mano.
Liliana se sujeta con fuerza a la barra con los dedos crispados por los nervios y el estómago revuelto por lo que se va a atrever a hacer: denunciar al monstruo que duerme a su lado.
Sonia se apoya en el lateral del respaldo de una de las butacas mientras se remete la blusa en la cinturilla de la falda y sostiene su chaqueta, su maletín y su esperanza, con temor a perder el equilibrio con el traqueteo del tren. Gira ciento ochenta grados la muñeca para comprobar en la esfera de su reloj que le dará tiempo de refrescarse y retocarse para estar presentable para la entrevista.
Katrina se queda de pie junto a la puerta para evitar que su vestido de seda sufra daño alguno tan rodeado de gente. Y a pesar del calor y el ambiente cargado ella sigue flotando, igual que si fuera un coche de caballos el que la llevara hasta su boda.
Concha se acomoda en el asiento que un joven con rastas en el pelo y un pendiente en la nariz le ha cedido con gusto, como le han enseñado sus mayores que hay que hacer. Y Concha y su maltrecha cadera, le dan las gracias con cariño, con el mismo cariño que ha sentido de un desconocido que tan a años luz parece estar de ella. Pero más lejos está Vicente…y a él vuelven sus pensamientos mientras se acerca las dalias al rostro y disfruta de su aroma. Unas pocas paradas la separan de sentarse, y también sentirse por fin, con su marido.
Con lo que a Sergio le gusta la música, puede regalarle un cedé, o un libro…uff, la cabeza de Laura echa humo, y casi decide volver a bajarse en la siguiente parada. Se dará una vuelta por el centro, o se acercará al Fnac, a ver si encuentra algo que haga que Sergio la vea por primera vez de verdad, y deje de ser insignificante para él. Lo que Laura no sabe es que él hace tiempo que la mira y que la ve, y que en este caso, la barrera de la timidez es la única que ambos deben salvar.
Lo que ninguna de las seis sabe, es que su viaje y sus cavilaciones duraran tanto como lo que tarda el tren en alcanzar, quizá demasiado rápido, la próxima curva. Cuando se activa el frenado de emergencia, ciento cincuenta pasajeros asustados se aferran a lo que tienen a mano presintiendo lo inevitable. Los segundos de incertidumbre y de terror son tan largos como horas…, pero el tren no puede parar y descarrila, avanzando descontrolado contra la pared lateral a las vías y volcando sin remedio en cuanto la oposición del muro desaparece. El violento impacto contra el suelo hace que las ventanas cedan y cuerpos y dalias blancas salen despedidos juntos. Demasiado deprisa se esparcen por los vagones y las vías ilusiones, miedos, esperanzas, sueños, flores y libros. El ruido, los gritos y el miedo son ensordecedores, y el caos y la muerte vienen por sorpresa, sin esperarlos, pero vienen para quedarse. Entre hierros, vías, cristales y vidas, se entremezclan el sentir y el pensar de seis mujeres, formando un amasijo no solo de hierros.
Sandra se palma todo el cuerpo con incredulidad y alivio, sabiéndose a salvo a pesar de sus magulladuras y golpes. Cuando siente el calor y la humedad entre sus piernas y siente la vida escurrirse de su cuerpo, rompe a llorar con desconsuelo. Ya no podrá disfrutar del privilegio inesperado de ser madre. Ayer decidió dejar a su hijo vivir, pero hoy no podrá evitar dejarlo morir.
Liliana quería escapar de su infierno particular, y ahora se le abren de par en par las puertas de otro cielo.
Sonia quería ejercer de abogada y lo hará, pero hoy también ejercerá de bombera, de enfermera, de psicóloga, de paño de lágrimas…y ya nunca jamás podrá borrar lo visto y oído. A partir de hoy defenderá en los juzgados el dolor y el sufrimiento de sus compañeros de viaje y luchará por sus derechos.
Katrina ya no puede ver sus preciosos zapatos. Tiene las piernas atrapadas entre unos asientos donde el vagón se ha plegado como un acordeón. El dolor le hace sentir nauseas mientras espera desesperada que la saquen de allí. No caminará repiqueteando con sus tacones hacia su boda, y probablemente hacia ningún lugar nunca más.
Bajo el asiento de Laura todavía está su mochila, conforme ella la había dejado, pero de ella ni rastro. Ha salido despedida por la ventana de su izquierda y yace inconsciente sobre la vía con un traumatismo craneoencefálico muy grave. Tanto tiempo para confesar sus sentimientos a Sergio, y puede que cuando despierte, si despierta, dentro de unos años, él ya ni la recuerde.
Y Concha…Concha es la única de las seis que por fin es feliz. Iba al cementerio para estar cerca de su Vicente, y ahora corre por fin a encontrarse con él.
Un lunes de julio cualquiera, seis mujeres compartieron andén, cogieron la misma línea, subieron al mismo vagón…, y a la una y tres minutos, por culpa de una negligencia, del destino, de sus propias decisiones o de Dios, han visto truncado, en la última curva, el rumbo de sus vidas."