jueves, 14 de mayo de 2015

ALICIA...Y UN LIBRO EN LAS BRAGAS


   




  Después de muchos días y semanas...de sequía, sigo contando, escribiendo, puliendo, corrigiendo...la vida de Alicia, ese personaje que surgió a partir de un pequeño relato y que va creciendo y tomando forma a medida que lleno páginas en blanco. Ese personaje que tiene parte de mi misma, de mi amiga, de mi vecina, o de la dependienta de la tienda de la esquina. Para compartir su vida con vosotr@s, literaut@s, os dejo un trocito... ¿del libro? No sé lo que será ni en lo que se convertirá algún día, pero ahora mismo ES, sin más. Y de la misma forma que me hace feliz crearlo, me hace feliz que podáis leerlo.  
"(...) El día que lo conocí a Él, con su elegancia, sus exclusivas gafas de montura de pasta e irradiando inteligencia mientras firmaba un libro tras otro en la mesa que yo había preparado junto a la sección de narrativa española, me di cuenta de que mi vida podía haber sido más como la suya. Con sólo tres años más que yo, y nacido a dos manzanas de mi casa estaba promocionando su segunda novela y dejando encandilados a todos los presentes, sobretodo a los del género femenino_ incluida yo misma_ rezumando estilo y escribiendo frases ocurrentes a diestro y siniestro. Sin pensarlo, y a riesgo de que mi jefe se me tirara al pescuezo, cogí un ejemplar del mostrador y, con todo mi morro, aprovechándome de mi horrible uniforme de trabajadora y desoyendo las protestas de algunos, me colé entre la gente que esperaba pacientemente a que la nueva revelación castellonense de la narrativa española, con una caída de pestañas de impresión, les mirara con sus ojos negros y les preguntara el nombre, para estampar su rúbrica en el libro que acababan de comprar por el módico precio de veintidós con noventa y cinco. Yo también disfruté de la visión de aquel ejemplar, y no estoy hablando del libro precisamente…, y aunque no me lo creía ni yo, aún disfruté más del café, la cena posterior, las copas y lo que surgió después. Quien me iba a decir a mí, una humilde trabajadora del gremio librero, que iba a alternar con todo un señor escritor como Ramón Jáuregui, y que conocerle iba a cambiar mi vida por completo.
Me desarmó por completo con su físico de impresión, su ingenio y su labia. Hay que reconocer que su manera de entrarme fue decidida y terminó de deslumbrarme. No hubiera sido tan interesante si se hubiera limitado a un soso ¿nos tomamos un café? No, Ramón fue más original e inesperado. Ya he dicho que me colé discretamente, y cuando llegó mi turno, estaba nerviosa, en parte, tengo que reconocerlo a riesgo de parecer de lo más superficial, por ir vestida con el dichoso uniforme. No me hacían justicia ni la sosa falda azul marino con largo del siglo pasado, ni la camisa verde, ni la chaqueta de punto también azul. Era una piel en la que no me hubiera sentido yo ni con veinticinco ni con cuarenta. Si me siento guapa, puedo pisar fuerte por la calle y por la vida, voy con la cabeza bien alta y más segura de mi misma. Es una gilipollez pero para que negar lo evidente. Y yo ese día, con todo el trabajo que habíamos tenido con la dichosa presentación del libro, por no llevar, no llevaba ni el pelo bien hecho. Me coloqué nerviosamente un mechón que se escapaba rebelde de mi coleta y me alisé la falda con las manos, incómoda con mi indumentaria. Cuando me miró fijamente a través de sus gafas de pasta me quedé medio embobada. Aliciaaaa, dile tu nombre por Dios que pareces medio lela. Menos mal que reaccioné, un pelín tarde…eso sí, pero las palabras salieron de mi boca. Me llamo Alicia…Aunque él, por supuesto, se dio cuenta de mi turbación, porque esbozó una media sonrisa, y le brillaron los ojos con sorna mientras me dedicaba el libro. Un gracias susurrado por mi parte, cogí el libro y, mientras me alejaba de la cola, me lo escondí rápidamente en la cinturilla de la falda, sujetándolo con el elástico de las bragas, y abotonándome de arriba abajo la chaqueta de punto para ocultarlo bien. No creáis lo que no es, pensaba pagarlo luego, pero si mi jefe me veía con el libro en las manos, y con lo mal que yo miento, me armaba la marimorena. Me moría de ganas de leer la dedicatoria que me había escrito, pero tuve que ponerme a atender a un cliente, y luego a otro, y a otro… Al menos mis comisiones del día fueron buenas. Pero yo por ahí correteando con la novela de Ramón Jáuregui metida en un sitio de lo más incómodo. Cuando no se me subía al caminar y tenía que disimular como si me estuviera rascando o que se yo, me clavaba las esquinas al agacharme a coger algún ejemplar de la zona baja de la estantería. Vamos que al final era más la desesperación por sacar el libro de mis bragas que las ganas de meter a su autor dentro de ellas.(...)"

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