Escribiendo y compartiendo con vosotr@s
(...)Nos tomamos otro café en una
cafetería muy literaria que habían abierto hacía poco en la misma calle. Me quedé
maravillada con el sitio. Una decoración vintage con muebles decapados y un
caótico mosaico de diferentes papeles pintados en las paredes. Apliques
antiguos en las paredes y una lámpara de araña colgando del techo del salón
principal. Los libros cubrían las paredes y ocupaban las mesas. Parecían
olvidados por sus dueños, pero habían sido depositados con mimo, quizá para
darles la oportunidad de ser leídos y ojeados por esos clientes, que olvidando
por un instante las prisas, se deleitaban con un café y unas cuantas palabras.
En
el momento en que traspasamos el umbral, inundó mis fosas nasales un aroma a
café y a papel, y me sentí cómoda de inmediato. Y cuando se acercó a tomarnos
nota la dependienta, que luego supimos que era la propietaria, ya supe que podía
llegar a ser mi lugar favorito en el mundo. Lola era una mujer cincuentona, con
el cabello rojo fuego, una indumentaria muy colorida y las muñecas llenas de
pulseras de cuentas de colores. Se la veía muy alegre y charlatana, y de
inmediato nos dio conversación. Era lo que me faltaba para adorar aquel lugar.
Una propietaria encantadora, litros de café y montañas de libros para ojear o
comprar…aquello era el paraíso para mí. Y más en aquel momento, que estaba
tremendamente sensible y más introspectiva que nunca. Disfrutar de la soledad
era en esos momentos mi objetivo principal, y me hice el propósito mental de
acudir dando un paseo todas las mañanas para tomar un café y leer un rato en
aquel entorno tan idílico y al mismo tiempo territorio neutral, sin recuerdos,
reproches ni dudas. El Café Alejandría se acababa de convertir en mi Suiza
particular.
Durante
las siguientes dos semanas a parte de una visita para comer con Susana y Paco en
su casa y dar un achuchón a mis gemelos favoritos, me dediqué a mi misma, a mi
casa y a darle vueltas a la cabeza. Creo que estuve un poco meditabunda en
aquella comida y debí dejar preocupada a Susi, porque aunque inventé mil
excusas para no salir con ellas los días siguientes, no sirvió de nada. Es que
tengo la regla y un dolor de ovarios que lo flipas, es que estoy sin depilar y
parezco Macario, es que he dormido mal y me duele la cabeza…y un montón de esques más, que ni de lejos iban a
convencer a mis dos amigas para que me dejaran en paz con mi soledad, sino todo
lo contrario: se plantaron en la puerta de mi casa para autoinvitarse a unas
cervezas. Y como sólo tenía un limón mustio, una bolsita de ensalada y dos
yogures pasados en la nevera, bajaron al super de la esquina a por vino,
cervezas y dos bolsas de papas e hicimos una sentada en el sofá.(...)
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