domingo, 6 de septiembre de 2015

ADIOS VERANO, HOLA DIETA...







Bueno, bueno, querid@s literaut@s, el frotar se va a acabar, a otra cosa mariposa, sefini, caput...vamos, que a tomar por culo... el veraneo. Acabado el mes de agosto, se van diluyendo como azucarillos los helados, la playita, el café granizado en la terraza mientras corren los niños despendolaos, y la bendita media jornada, que te permite pasarte las tardes a la bartola, aunque, eso sí, asfixiada de calor y devorada por mosquitos de toda índole, sean autóctonos, tigres, leones o su puta madre. Así pasamos las tardes de verano las madres: entre mosquitos, crema solar, saltos de trampolín en bomba, chichones y betadine, consecuencia del que inventó las dichosas bicis sin ruedecitas. 

Pero, como alguna ventaja tiene que tener ser madre en estas caóticas tardes de verano, nos podemos deleitar con uno de los placeres que perdemos con la edad. Una de esas cosas que disfrutamos cuando somos niñas, y que luego vamos evitando porque no debemos, porque todo se coloca en el mismo sitio o por la operación biquini, postnavideña o la que sea. La cuestión es joder la marrana y que no podamos comer lo que queramos. Y ahí es donde las que somos madres tenemos la superexcusa para relamernos y no dejar ni una miguita de... las maravillosas sobras de la merienda de nuestros retoños.
Estamos en crisis y hay niños en el mundo que no tienen ni para comer. No puede sobrar nada de nada. Pero ¿Por qué creéis que han aumentado la venta de donuts, croisants de chocolate, napolitanas de crema y bollicaos? Porque nos hacemos cómodos, por no esforzarnos en hacer un sencillo bocadillo, porque cedemos ante las peticiones de nuestros hijos...Puede que también. Pero yo creo que nosotras y nuestra gula por el chocolate también tiene que ver. Yo empiezo el mes cuidando mi dieta y la de los niños haciendo propósito de merendar comida sana: bocadillos variados, zumos naturales y vasitos de leche. Pero siempre llegan esos días del mes, en los que me muero por el chocolate, y como "yo no compro nada de eso para así no comérmelo, solo de vez en cuando para los niños...", pues pasa lo que pasa. Acabo en el super asaltando la sección de bollería y devorando las sobras de la merienda de mis hijos con desesperación. Y quien dice merienda, pues dice el polo que se derrite, el helado de postre o la horchata fresquita que pobrecito ya no se puede acabar.
El verano es criminal. Veis como la operación biquini no tiene sentido. Solo sirve para ponernos el biquini la primera semana de verano. Una vez nos relajamos ya nos da igual la tripita o si nos rechinflan las chichas del culete. Y se abre la veda para zamparse todo lo prohibido. Eso sí, siempre que sean sobras de nuestros pezqueñines. Si vamos a la heladería no procede pedir una copa de tres bolas con sirope de chocolate. Nosotras un cafecito con hielo y sacarina. Las tres bolas que se las pida el niño..., Tres bolas o cuatro, pero aseguraos de que sobre...
Y, ¿adonde quiero llegar yo? Pues al momento actual: SEPTIEMBRE, y la consabida operación otoño. Ahora me jodo y a empezar nueva dieta: la de la piña, la del cucurucho, la de duncan...du, yo que coño se, pero luego busco en google y me imprimo una para pegarla con imanes a la nevera y...¿seguirla? Esperemos que sí. Lo peor de las dietas es el hambre voraz que pasas. Cuando se te retuerce el estómago y oyen tus tripas a diez metros a la redonda, es cuando te entra la desesperación. Como tengo una amiga psicóloga, ginecóloga y ahora restauradora que además, por desgracia, es experta en dietas, le pregunté el otro día que podía hacer para sobrellevar mejor hacer dieta y pasar hambre. Me ofreció una técnica psicológica supercientíficamente probada: VISUALIZACIÓN. ¿En que consiste? Es muy sencillo. Tengo un hambre que me comería un ciervo entero...pues voy a visualizar que me como una tortilla de patatas. Visualizo en mi mente como corto las patatas, las frío a fuego lento, bato los huevos y hago una tortilla gordita y jugosa por dentro. Y luego visualizo la tortilla deshaciendose en mi boca y me la zampo más agusto que un arbusto...en mi mente. Esta comprobado que la sensación de hambre desaparece, porque engañamos a nuestro cerebro. Yo no se si funcionará pero pienso empezar a ponerlo en práctica. Esta tarde, sin ir más lejos, mientras me comía los restos de un calipo de fresa de mi hijo, ha pasado un cochazo, que ni siquiera sueño tener en la vida, y el pequeñajo me suelta: "Mamá, yo quiero que compremos ese coche" Y yo le he contestado: "Pues visualízalo, visualizalo cariño...a ver si mañana lo tenemos aparcado en la puerta"

Buenas noches querid@s literaut@s...y ¡prohibido comerse los calipos!

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