martes, 3 de marzo de 2015

EL ASCO DE LA CONFIANZA

¡Que bonito es el enamoramiento! Esa época dorada de una relación en la que todo es de color de rosa, el sol siempre luce y no vemos los defectos de nuestra pareja por ningún lado. Y no los vemos, no tanto porque estamos ciegos de amor, sino porque todos sabemos ocultar nuestros defectillos muy bien. Y no hay otra ocasión mejor para hacerlo que cuando queremos conquistar a nuestra pareja ideal. Hay que ser uno mismo, pero si nos esforzamos un poquito más de la cuenta para conseguir convencer a nuestra media naranja de que somos su otra mitad, pues tampoco pasa nada ¿no? Hasta aquí todo correcto. Pero una cosa es matizar aspectos de nuestra personalidad y otra que un día cuando nos despertemos nos preguntemos horrorizadas: ¡¿quién eres y que has hecho con ese hombre tierno, educado y considerado que tenía al lado?! Y es que la confianza hace que muchos hombres antes perfectos para nosotras se acerquen peligrosamente a su fecha de caducidad, y como el gobierno no decida de repente, como con los yogures, ampliar el plazo para consumirlos preferentemente, al final o te quedas con el yogur pasado aunque esté agrio, o lo tiras a la basura. Y sí, acabo de comparar a los hombres con los yogures, perdonadme el sexo masculino pero igual os hago un favor si seguís mis consejos, no sea que vuestras chicas se inclinen por la segunda opción.
La confianza da asco señores...igual que dan asco los pedos que te tiras, los pelos en el lavabo, o ese continuo e insistente magreo de cojones al que nos tienen acostumbradas. Que yo no voy rascándome todo el día como si hubiera contraído una venérea. Y no digo yo que Miguel Ángel Silvestre o Álex González no se tiren pedos, pero claro como nosotras no los vemos, pues tenemos una imagen algo deformada de la realidad...y esa realidad, cuando el que tenemos al lado no tiene ningún reparo en exponerla al desnudo, pues es un poco inquietante. 
En las películas siempre aparece la parejita feliz en el baño de diseño, lavándose los dientes, y hasta a veces compartiendo cepillo, que por cierto me parece asqueroso. Y ahí lucen sus cuerpos también de diseño con la toallita a la cadera dejando ver esos abdominales como una tabla de planchar los hombres, y sin un gramo de grasa y unas tetas turgentes desafiando la ley de la gravedad las mujeres. Y aquí estamos nosotras, que desafiamos muchas cosas, pero la gravedad no es una de ellas, con nuestro alter ego al lado sentado en la taza del water cagando..., y claro, el glamour brilla por su ausencia.
Así que ¿debemos hacernos a la idea de que el glamour en los hombres tiene fecha de caducidad? ¿Son como los electrodomésticos que tienen un chip de autodestrucción? Un consejo para esos machos de pelo en pecho: no vendría mal un poquito de esfuerzo para pulir ciertos detallitos que es mejor mantener en la intimidad, no sea que ante la ausencia de libro de instrucciones en el que consultar la solución de problemas o el teléfono del servicio técnico, recurramos al ecoparque, y decidamos renovar el electrodoméstico en cuestión.
Bueno literaut@s, ahí os lo dejo, por si os interesa dárselo a leer al que le haga falta, a ver si de ahora en adelante se tira los pedos en soledad y no debajo de la manta.
Y con un fragmento de Adoro a Mauro, de Yolanda Quiralte, os dejo también un guiño a estos espécimenes que abundan, y que en realidad también tienen su encanto, o por lo menos dan para unas cuantas risas...



Tócate los cojones, pero tócatelos bien, despacio, a gusto, con calma, regodeándote en ello. Cógelos desde abajo, sube ligeramente los dedos y toca. toca bien. Sin miedo, que no se rompen. Toca. Toca. Toca y después tócatelos otra vez. Así, sin parar durante más de una hora. ¡Ay, con lo que relaja tocarse los cojones! ¡Que gusto da! Tú sigue, por lo que pueda pasar. Que luego nunca se sabe y si ya vas con una buena tocada de cojones, por lo menos ya has hecho algo. 
Al final he estado tocándome los huevos alrededor de dos horas y media, repantigado como un oso canadiense después de haberse comido veinte salmones. Espachurrado como si toda la cerveza que me he bebido a lo largo de la tarde me hubiese caído encima de golpe, cosa que por cierto no estaría mal. "Muerto por un alud de birras" Bien, la muerte perfecta.(...)







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